A solicitud de muchos
amigos, he querido reproducir con -pequeñas inserciones- la INTRODUCCION
de mi trabajo EL MARAVILLOSO MUNDO DE LA BANDA (ISBN 980-259-257-9) publicado por Cuadernos Lagoven
en Octubre de 1989.
Corría el año
de 1967; para ser más exacto, el mes de febrero. Inesperadamente me vi
involucrado en la responsabilidad de organizar y dirigir un concierto con una
Banda. Se trataba de la Banda del Estado Yaracuy, en esa época bajo la
dirección de un viejo maestro y buen amigo Manuel Alvarado, quien había sido
compañero de estudios de la eminente compositora venezolana Blanca Estrella de
Méscoli, ambos bajo la tutela del no menos famoso compositor venezolano Rafael
Limardo quien, por cierto, había sido también director titular de la Banda del
Estado Yaracuy. Había sido invitado por el entonces gobernador, Dr. Bartolomé Romero Agüero,
para organizar un Concierto Especial para recibir al primer Obispo de la recién
creada Diócesis del Yaracuy, Monseñor Tomás Enrique Márquez.
Cuando llegué
a la patria chica de mis padres, obviamente sentí la fuerte emoción de retornar
a la tierra de mis ancestros; poco la conocía, pero mucho había oído sobre
ella. Aún resonaban en mis oídos los cuentos de mi madre acerca de las famosas veladas musicales, las
visitas que dispensaron al Yaracuy distinguidos artistas a comienzos del siglo
XX y las anécdotas sobre maestros, como Limardo, Túpano, Andrade, Wohnsiedler,
Caldera y Carrillo, entre otros. Mi emoción se redobló ante la magnífica
experiencia que para un joven, representaba el hecho de ser albergado en la
residencia del gobernador del Estado Yaracuy, en calidad de su invitado
personal.
No me había
recobrado aún de mis emociones, cuando me vi enfrentado al reto: …Mirá, ¿por qué no váis a escuchar la Banda
del Estado y me decís, cómo te parece?... De esta manera cordial y con acento muy regional, el gobernador me
emplazaba para que tomara contacto directo con esa Banda venezolana, fundada
allá por 1940. No había tiempo para pensarlo dos veces. La segunda frase del
gobernador ya no estaba dirigida a mí sino a su asistente: “Catire, haz que lleven al profesor para que escuche la Banda del
Estado”… Minutos después, estaba saliendo en un coche patrulla rumbo a una
vieja casona destartalada, donde tenía su sede la Banda Bolívar del Estado
Yaracuy. Nunca tuve la oportunidad de saber qué pensaron los músicos de esa
agrupación cuando me vieron llegar de esa manera tan “oficial” a la casa de la
Banda. El hecho es que en pocos minutos nos saludamos y rápidamente, el maestro
Alvarado, dijo: …”bueno, ya, a ensayar”.
Y comenzó a sonar una versión “dantesca” de von Suppé. Realmente no sabía si
sentirme feliz, triste o asustado: la casa temblaba, los techos se movían, los
niños y algunos viejos se asomaban por las ventanas que daban a la calle, dos o
tres gallinas corrían cerca de los músicos, al igual que un perro amigo y un
gato.
Con serios
problemas en algunos instrumentos, ”Von Suppé” sonaba, a pesar de la
desafinación de algunos que contrastaban con la brillante ejecución de otros.
Las caras de varios profesores emulaban los atriles de los más serios teatros
europeos. Otros, sin embargo, reflejaban un criollo sabor de “sancocho
pueblerino”. Impresionaba y asustaba ver como de ciertos instrumentos amarrados
con ligas para sostener algunas llaves, salían corcheas, semicorcheas y hasta
algunas fusas con fluidez y velocidad. De repente no aguanté la tentación,
saqué una batuta de su estuche y apartando la idea de que lo más cerca que
había estado de una Banda era precisamente ese momento, interrumpí el ensayo y
solicité al maestro Alvarado que me permitiera intentarlo. Comenzamos a ensayar
de nuevo. Cuando me di cuenta, habían transcurrido tres horas. No habíamos
sentido el cansancio, ni el calor “sanfelipeño” y después de ese corto y a la
vez largo tiempo, éramos amigos, nos conocíamos como si hubiésemos trabajado
juntos desde cuando Von Suppé había escrito su obra.
A mi regreso a
la residencia del gobernador, cuando cenábamos, me dijo: …”Profesor, qué Orquesta vamos a traer para hacer el Concierto del
Obispo? Y vino la primera sorpresa:
…gobernador, la orquesta ya está aquí, el
Concierto va a hacerse con la Banda del Estado. La respuesta no se dejó
esperar. El gobernador olvidó el protocolo.
–Muchacho tú estás loco; esos músicos son muy malos… Le dije: “gobernador si me da quince días, se va a
sorprender”. El 25 de febrero de 1967, la Banda Bolívar del Estado Yaracuy
tocaba conmigo al frente el Concierto de Bienvenida para el nuevo Obispo. Mis
mejores críticos musicales fueron hombres y mujeres del pueblo que se acercaban
y decían espontáneamente y sin artificio: ¡Qué
bonito! ¡Muy bueno!, ¡no parece la misma
Banda!...¡Mirá, sentó a la Banda y les quitó las “cachuchas”!...¡esos músicos
tocan bien!...
***Todo había empezado a partir de allí;
siguieron otras Bandas y otros estados. El interés por averiguar y saber cada
vez más sobre estas agrupaciones de instrumentos, se fue haciendo cada vez
mayor y por supuesto la experiencia aumentaba. Un buen día de septiembre de
1979 me encontré convertido, por voluntad expresa de sus integrantes, en el
duodécimo Director Titular de la más antigua Banda de Venezuela: la Banda
Marcial Caracas, fundada en 1864 y que había sido dirigida por Albino Abiatti,
José Marmol Muñóz, José Angel Montero, Federico Villena, Leopoldo Sucre,
Francisco de Paula Magdaleno, Pedro Elías Gutiérrez, Antonio Ramón Narváez,
Horacio Corredor Zerpa, Juan Bautista Carreño y César Viera. Por ella habían
pasado grandes músicos: Alirio Díaz, Antonio Estévez, Ángel Sauce, Rafael
Demóstenes Puche, Andrés Sandoval, Leopoldo Billings…en fin, muchos grandes.
Este hecho nunca formó parte de mis planes, pero allí estaba al frente de la
Banda, ante la tradición musical caraqueña y la historia musical de mi país. Un
caraqueño nacido en Candelaria y con ancestros italo-yaracuyanos arribaba al
“Podium” de la Plaza Bolívar de Caracas. El reto: continuar la tarea; hacer de
nuestra Banda, la mejor no solo en nuestro país sino en Latinoamérica y aún,
porque no, ¡más allá!. (Hasta aquí, la Nota Introductoria de 1989).
Resultado: el reto logramos cumplirlo mientras pudimos
mantenernos al frente de la Banda… las “pequeñeces políticas” no permitieron
que el trabajo se prolongara; pero gracias a Dios, otros retos mayores me
aguardaban y en el Conservatorio de Música Simón Bolívar de Caracas con el
apoyo, por cierto, de un músico hijo de otro músico que, en 1967 tocaba en aquella Banda de Yaracuy
bajo mi batuta y en otro febrero, pero esta vez del 2007 -Cuarenta años después-, pude hacer y ver nacer otro nuevo y
más alentador proyecto, realidad y reto: la BANDA SINFONICA JUVENIL SIMON BOLIVAR,
orgullo de nuestra música de Bandas en Venezuela y el mundo.
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