miércoles, 2 de abril de 2014

CUENTOS Y RECUENTOS

A solicitud de muchos amigos, he querido reproducir con -pequeñas inserciones- la INTRODUCCION de mi trabajo EL MARAVILLOSO MUNDO DE LA BANDA (ISBN 980-259-257-9) publicado por Cuadernos Lagoven en Octubre de 1989.

Corría el año de 1967; para ser más exacto, el mes de febrero. Inesperadamente me vi involucrado en la responsabilidad de organizar y dirigir un concierto con una Banda. Se trataba de la Banda del Estado Yaracuy, en esa época bajo la dirección de un viejo maestro y buen amigo Manuel Alvarado, quien había sido compañero de estudios de la eminente compositora venezolana Blanca Estrella de Méscoli, ambos bajo la tutela del no menos famoso compositor venezolano Rafael Limardo quien, por cierto, había sido también director titular de la Banda del Estado Yaracuy. Había sido invitado por el entonces gobernador, Dr. Bartolomé Romero Agüero, para organizar un Concierto Especial para recibir al primer Obispo de la recién creada Diócesis del Yaracuy, Monseñor Tomás Enrique Márquez.
Cuando llegué a la patria chica de mis padres, obviamente sentí la fuerte emoción de retornar a la tierra de mis ancestros; poco la conocía, pero mucho había oído sobre ella. Aún resonaban en mis oídos los cuentos de mi madre  acerca de las famosas veladas musicales, las visitas que dispensaron al Yaracuy distinguidos artistas a comienzos del siglo XX y las anécdotas sobre maestros, como Limardo, Túpano, Andrade, Wohnsiedler, Caldera y Carrillo, entre otros. Mi emoción se redobló ante la magnífica experiencia que para un joven, representaba el hecho de ser albergado en la residencia del gobernador del Estado Yaracuy, en calidad de su invitado personal.
No me había recobrado aún de mis emociones, cuando me vi enfrentado al reto: …Mirá, ¿por qué no váis a escuchar la Banda del Estado y me decís, cómo te parece?... De esta manera cordial  y con acento muy regional, el gobernador me emplazaba para que tomara contacto directo con esa Banda venezolana, fundada allá por 1940. No había tiempo para pensarlo dos veces. La segunda frase del gobernador ya no estaba dirigida a mí sino a su asistente: “Catire, haz que lleven al profesor para que escuche la Banda del Estado”… Minutos después, estaba saliendo en un coche patrulla rumbo a una vieja casona destartalada, donde tenía su sede la Banda Bolívar del Estado Yaracuy. Nunca tuve la oportunidad de saber qué pensaron los músicos de esa agrupación cuando me vieron llegar de esa manera tan “oficial” a la casa de la Banda. El hecho es que en pocos minutos nos saludamos y rápidamente, el maestro Alvarado, dijo: …”bueno, ya, a ensayar”. Y comenzó a sonar una versión “dantesca” de von Suppé. Realmente no sabía si sentirme feliz, triste o asustado: la casa temblaba, los techos se movían, los niños y algunos viejos se asomaban por las ventanas que daban a la calle, dos o tres gallinas corrían cerca de los músicos, al igual que un perro amigo y un gato.
Con serios problemas en algunos instrumentos, ”Von Suppé” sonaba, a pesar de la desafinación de algunos que contrastaban con la brillante ejecución de otros. Las caras de varios profesores emulaban los atriles de los más serios teatros europeos. Otros, sin embargo, reflejaban un criollo sabor de “sancocho pueblerino”. Impresionaba y asustaba ver como de ciertos instrumentos amarrados con ligas para sostener algunas llaves, salían corcheas, semicorcheas y hasta algunas fusas con fluidez y velocidad. De repente no aguanté la tentación, saqué una batuta de su estuche y apartando la idea de que lo más cerca que había estado de una Banda era precisamente ese momento, interrumpí el ensayo y solicité al maestro Alvarado que me permitiera intentarlo. Comenzamos a ensayar de nuevo. Cuando me di cuenta, habían transcurrido tres horas. No habíamos sentido el cansancio, ni el calor “sanfelipeño” y después de ese corto y a la vez largo tiempo, éramos amigos, nos conocíamos como si hubiésemos trabajado juntos desde cuando Von Suppé había escrito su obra.
A mi regreso a la residencia del gobernador, cuando cenábamos, me dijo: …”Profesor, qué Orquesta vamos a traer para hacer el Concierto del Obispo?   Y vino la primera sorpresa: …gobernador, la orquesta ya está aquí, el Concierto va a hacerse con la Banda del Estado. La respuesta no se dejó esperar. El gobernador olvidó el protocolo. –Muchacho tú estás loco; esos músicos son muy malos… Le dije: “gobernador si me da quince días, se va a sorprender”. El 25 de febrero de 1967, la Banda Bolívar del Estado Yaracuy tocaba conmigo al frente el Concierto de Bienvenida para el nuevo Obispo. Mis mejores críticos musicales fueron hombres y mujeres del pueblo que se acercaban y decían espontáneamente y sin artificio: ¡Qué bonito!  ¡Muy bueno!, ¡no parece la misma Banda!...¡Mirá, sentó a la Banda y les quitó las “cachuchas”!...¡esos músicos tocan bien!...

 ***Todo había empezado a partir de allí; siguieron otras Bandas y otros estados. El interés por averiguar y saber cada vez más sobre estas agrupaciones de instrumentos, se fue haciendo cada vez mayor y por supuesto la experiencia aumentaba. Un buen día de septiembre de 1979 me encontré convertido, por voluntad expresa de sus integrantes, en el duodécimo Director Titular de la más antigua Banda de Venezuela: la Banda Marcial Caracas, fundada en 1864 y que había sido dirigida por Albino Abiatti, José Marmol Muñóz, José Angel Montero, Federico Villena, Leopoldo Sucre, Francisco de Paula Magdaleno, Pedro Elías Gutiérrez, Antonio Ramón Narváez, Horacio Corredor Zerpa, Juan Bautista Carreño y César Viera. Por ella habían pasado grandes músicos: Alirio Díaz, Antonio Estévez, Ángel Sauce, Rafael Demóstenes Puche, Andrés Sandoval, Leopoldo Billings…en fin, muchos grandes. Este hecho nunca formó parte de mis planes, pero allí estaba al frente de la Banda, ante la tradición musical caraqueña y la historia musical de mi país. Un caraqueño nacido en Candelaria y con ancestros italo-yaracuyanos arribaba al “Podium” de la Plaza Bolívar de Caracas. El reto: continuar la tarea; hacer de nuestra Banda, la mejor no solo en nuestro país sino en Latinoamérica y aún, porque no, ¡más allá!.  (Hasta aquí, la Nota Introductoria de 1989).

Resultado: el reto logramos cumplirlo mientras pudimos mantenernos al frente de la Banda… las “pequeñeces políticas” no permitieron que el trabajo se prolongara; pero gracias a Dios, otros retos mayores me aguardaban y en el Conservatorio de Música Simón Bolívar de Caracas con el apoyo, por cierto, de un músico hijo de otro músico que, en 1967 tocaba en aquella Banda de Yaracuy bajo mi batuta y en otro febrero, pero esta vez del 2007 -Cuarenta años después-, pude hacer y ver nacer otro nuevo y más alentador proyecto, realidad y reto: la BANDA SINFONICA JUVENIL SIMON BOLIVAR, orgullo de nuestra música de Bandas en Venezuela y el mundo.