EL TANGO y sus orígenes
NOTA: En los archivos he encontrado una hermosa colección de Cajetillas de Fósforos realizada por la Industria Argentina hacia el año 1974. Por considerarlo de interés y oportuno para el público, me he limitado a escanear las imágenes y revisar los textos para publicarlos a través del blog.
El TANGO no tiene un origen preciso conocido e históricamente documentado para que se
disipen las dudas sobre el lugar concreto de su nacimiento.
Pero lo
incontrovertible es que, con las cadencias rítmicas y la índole melódica que le
son propias y características, el proceso que le dio vida se gestó, en la
segunda mitad del siglo XIX, mas concretamente hacia 1860, en el Río de la
Plata.
No ha de
estimarse menos cierto que el candombe de los negros, la vieja milonga
de la pampa sureña y la habanera contribuyeron a conformarle
un acento peculiar a su música. Una opinión mas subjetiva y sutil agregaría que
el tango es hijo legítimo de la Argentina, porque con una parte de su espíritu
está nutrida el alma que le infunde aliento. Todavía en su danza es posible ver
ó imaginar al cuchillero moviendo con su vaivén la daga o puñal,
mientras baila como si se batiera en los tradicionales y criollísimos
duelos. En sus esguinces hay cortes, quebradas, ochos y sentadas...
Entre
los primeros escenarios de los cuales se aprovechó el Tango para lanzar el
vagido inicial de su música compadre y ganarse el favor de los neófitos, allá
por los finales del siglo IX, figuraron, antes que ninguno, el suburbio
y los bajos fondos, zonas agrestes en las cuales, la ciudad pugnaba por
avanzar y la pampa por no retroceder.
En
los límites espaciosos de la ciudad de Buenos Aires buscó, con preferencia, los
boliches o tabernuchas de trago largo y atmósfera de bronca, los peringundines
de turbia moralidad, los bailongos de meta y ponga, las carpas de
la Recoleta con sus chinas bravas, pero, sobre todo las casas que
no podían decir su nombre...
Allí
en las orillas entenebrecidas a menudo por las pasiones que desataban el
alcohol, el rencor o el machismo, el Tango superó, a punta de melodía que
hablaba al corazón, su oscura condición de música amasada en el subsuelo social
y entre el relumbrar de los afilados aceros.El Tango
no tiene un origen preciso conocido e históricamente documentado para que se
disipen las dudas sobre el lugar concreto de su nacimiento.
Pero lo
incontrovertible es que, con las cadencias rítmicas y la índole melódica que le
son propias y características, el proceso que le dio vida se gestó, en la
segunda mitad del siglo XIX, mas concretamente hacia 1860, en el Río de la
Plata.
No ha de
estimarse menos cierto que el candombe de los negros, la vieja milonga
de la pampa sureña y la habanera contribuyeron a conformarle
un acento peculiar a su música. Una opinión mas subjetiva y sutil agregaría que
el tango es hijo legítimo de la Argentina, porque con una parte de su espíritu
está nutrida el alma que le infunde aliento. Todavía en su danza es posible ver
ó imaginar al cuchillero moviendo con su vaivén la daga o puñal,
mientras baila como si se batiera en los tradicionales y criollísimos
duelos. En sus esguinces hay cortes, quebradas, ochos y sentadas...
Entre
los primeros escenarios de los cuales se aprovechó el Tango para lanzar el
vagido inicial de su música compadre y ganarse el favor de los neófitos, allá
por los finales del siglo IX, figuraron, antes que ninguno, el suburbio
y los bajos fondos, zonas agrestes en las cuales, la ciudad pugnaba por
avanzar y la pampa por no retroceder.
En
los límites espaciosos de la ciudad de Buenos Aires buscó, con preferencia, los
boliches o tabernuchas de trago largo y atmósfera de bronca, los peringundines
de turbia moralidad, los bailongos de meta y ponga, las carpas de
la Recoleta con sus chinas bravas, pero, sobre todo las casas que
no podían decir su nombre...
Allí
en las orillas entenebrecidas a menudo por las pasiones que desataban el
alcohol, el rencor o el machismo, el Tango superó, a punta de melodía que
hablaba al corazón, su oscura condición de música amasada en el subsuelo social
y entre el relumbrar de los afilados aceros.
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