Durante largo
tiempo, los escenarios habituales y obligados del Tango se erigían en los cafés
del centro porteño y de los barrios, los salones de baile o milongas,
los peringundines y las casas de familia, en patios de ladrillos y
debajo de parrales tupidos.
En los años 20’, con ayuda de las
Orquestas de Tango, se ganó en los fosos de las Salas de Cine de las películas
mudas. Quizá el primero que le hizo un lugarcito cerca de la pantalla
fue el Select Buen Orden, ubicado a una cuadra de la Plaza
Constitución.
Resultó tan feliz el ensayo, que en
seguida le dieron apoyo muchas otras Salas de la ciudad, pero fueron las de las
calles Lavalle, Esmeralda y Corrientes las que atrajeron, con la fuerza de un
imán, mayor cantidad de público. En aquellos días, no se iba al biógrafo
a ver lo que ocurría en el celuloide sino a escuchar Tangos y aplaudir a los
músicos.
Desplazado
de los cines por las películas sonoras y parlantes, el Tango halló rápidamente
el amparo de la radiofonía, a cuyas ondas confió su difusión hacia todos los
rumbos y a las cuales debió la más amplia popularidad de que se haya gozado en
cualquier época.
Grandes orquestas típicas y los discos grabados por figuras de primera
magnitud contribuyeron, a través de la Radio, al afianzamiento rotundo y
general del Tango y a su proyección a vastos auditorios nacionales e
internacionales.
Los
ya nombrados, Canaro y Fresado, además del bandoneonista,
director, compositor y cantor de tangos, ANÍBAL CARMELO “PICHUCO”
TROILO (1914-1975); ARGENIS D’ARIENZO “EL REY DEL
COMPÁS” (1900-1976); CARLOS DI SARLI (1903-1960) y JULIO
DE CARO; además de otros cientos de directores, animaron desde el
micrófono, innumerables fiestas para los oídos y para los bailarines.
Además,
la etapa radial coincidió con la iniciación, desarrollo y esplendor de la
llamada GENERACIÓN DEL 40’, que le confirió al Tango una nueva y
brillante dimensión universal.
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