Durante largo
tiempo, los escenarios habituales y obligados del Tango se erigían en los cafés
del centro porteño y de los barrios, los salones de baile o milongas,
los peringundines y las casas de familia, en patios de ladrillos y
debajo de parrales tupidos.

Resultó tan feliz el ensayo, que en
seguida le dieron apoyo muchas otras Salas de la ciudad, pero fueron las de las
calles Lavalle, Esmeralda y Corrientes las que atrajeron, con la fuerza de un
imán, mayor cantidad de público. En aquellos días, no se iba al biógrafo
a ver lo que ocurría en el celuloide sino a escuchar Tangos y aplaudir a los
músicos.
Desplazado
de los cines por las películas sonoras y parlantes, el Tango halló rápidamente
el amparo de la radiofonía, a cuyas ondas confió su difusión hacia todos los
rumbos y a las cuales debió la más amplia popularidad de que se haya gozado en
cualquier época.
Grandes orquestas típicas y los discos grabados por figuras de primera
magnitud contribuyeron, a través de la Radio, al afianzamiento rotundo y
general del Tango y a su proyección a vastos auditorios nacionales e
internacionales.
Los
ya nombrados, Canaro y Fresado, además del bandoneonista,
director, compositor y cantor de tangos, ANÍBAL CARMELO “PICHUCO”
TROILO (1914-1975); ARGENIS D’ARIENZO “EL REY DEL
COMPÁS” (1900-1976); CARLOS DI SARLI (1903-1960) y JULIO
DE CARO; además de otros cientos de directores, animaron desde el
micrófono, innumerables fiestas para los oídos y para los bailarines.
Además,
la etapa radial coincidió con la iniciación, desarrollo y esplendor de la
llamada GENERACIÓN DEL 40’, que le confirió al Tango una nueva y
brillante dimensión universal.
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